Territorios sustraídos
Raúl Alejandro Poggi
Rostros robados, prestados, cómplices y testigos del instante donde el tiempo se congela. Creemos haberlo detenido, es una ilusión pensar que aquello no ha dejado de existir tras el disparo de la cámara. El instante preciso de Cartier Bresson donde: “el ojo, la mano y el corazón estas puestos sobre la misma línea”.
La presunta objetividad del fotoperiodismo ha debido asumir con el tiempo su verdadero rol en la historia de los medios, el iluso pensamiento de la objetividad como definición de algo concreto y estático ha dado paso a la aceptación de un consenso general que apunta más a una situación compartida o aceptada por la mayoría. El consenso es lo más cercano a la objetividad y sigue siendo bastante subjetivo asumir que pensamos por adhesión o disconformidad a un grupo del que de alguna manera somos parte. Pero allí estamos.
En las urbes la fotografía se ha convertido en parte del paisaje, en nuestras vidas es quien atestigua nuestra existencia desde la partida de nacimiento hasta la de defunción. Esta naturalización de la fotografía como parte de nuestros recorridos cotidianos solo existe dentro de un contexto globalizado e informatizado; no todos los espacios han sido ganados por este modelo un tanto perverso que estandariza hábitos y costumbres, abatiendo tradiciones, ritos y costumbres milenarias que se van diluyendo entre signos impuestos por la cultura masiva de los medios de comunicación.
Tras estos signos perdidos va Poggi a documentar los rastros de un mundo particular, lejano donde no ha desembarcado aún este modelo "universalista" que nos hace creer que todos somos iguales, obviamente al estándar de igualdad lo impone el modelo norteamericano.
La fotografía todavía es un medio de rescate, de comunicación con el otro, de contacto directo con quien estamos retratando; un vínculo con el sujeto, aquel individuo que es parte de la cultura pero que mantiene sus particularidades. Desde allí todavía el fotoperiodismo se mantiene vigente, desde la necesidad de rescatar la historia personal y de usar la fotografía como un medio para entablar relación con el contexto.
Cuando con el siglo XXI la fotografía digital comenzó a desplegarse por el mundo con sus facilidades operativas y su abaratamiento de los procesos, los fotógrafos asumieron el terror de perder la esencia del papel, del proceso químico y hasta mágico de revelar sus películas y hacer sus propias copias. En menos de dos décadas la fotografía digital se ha convertido en algo casi natural, la fotografía ha debido transformarse como lenguaje. Como siempre siguen existiendo las crónicas, las noticias y la literatura, en lo fotográfico serían las selfies, los autorretratos y los ensayos. Por suerte todavía desde algunos intersticios la fotografía busca la literatura en ciertos lugares donde aún no se convencen que somos todos blancos.
Marcela López Sastre